lunes, 1 de abril de 2024

UCDM. Libro de Ejercicios. Lección 92

LECCIÓN 92

Los milagros se ven en la luz, y la luz y la fortaleza son una.


1. La idea de hoy es una ampliación de la anterior. 2No asocias la luz con la fortaleza ni la oscuridad con la debilidad. 3Ello se debe a que tu idea de lo que significa ver está vinculada al cuerpo, a sus ojos y a su cerebro. 4De ahí que creas que puedes cambiar lo que ves poniendo trocitos de vidrio delante de tus ojos. 5Ésta es una de las muchas creencias mágicas que proceden de tu convicción de que eres un cuerpo y de que los ojos del cuerpo pueden ver.

2. Crees también que el cerebro puede pensar. 2Si comprendieses la naturaleza del pensamiento, no podrías por menos que reírte de esta idea tan descabellada. 3Es como si creyeses que eres tú el que sostiene el fósforo que le da al sol toda su luz y todo su calor; o quien sujeta al mundo firmemente en sus manos hasta que deci­das soltarlo. 4Esto, sin embargo, no es más disparatado que creer que los ojos del cuerpo pueden ver o que el cerebro puede pensar.

3. La fortaleza de Dios que mora en ti es la luz en la que ves, de la misma manera como es Su Mente con la que piensas. 2Su forta­leza niega tu debilidad. 3Y es ésta la que ve a través de los ojos del cuerpo, escudriñando la oscuridad para contemplar lo que es semejante a ella misma: los mezquinos y los débiles, los enfer­mizos y los moribundos; los necesitados, los desvalidos y los amedrentados; los afligidos y los pobres, los hambrientos y los melancólicos. 4Esto es lo que se ve a través de los ojos que no pueden ver ni bendecir.

4. La fortaleza pasa por alto todas estas cosas al mirar más allá de las apariencias. 2Mantiene su mirada fija en la luz que se encuen­tra más allá de ellas. 3Se une a la luz de la que forma parte. 4Se ve a sí misma. 5Te brinda la luz en la que tu Ser aparece. 6En la oscuridad percibes un ser que no existe. 7La fortaleza es lo que es verdad con respecto a ti, mas la debilidad es un ídolo al que se honra y se venera falsamente a fin de disipar la fortaleza y permi­tir que la oscuridad reine allí donde Dios dispuso que hubiese luz.

5. La fortaleza procede de la verdad, y brilla con la luz que su Fuente le ha otorgado; la debilidad refleja la oscuridad de su hacedor. 2Está enferma, y lo que ve es la enfermedad, que es como ella misma. 3La verdad es un salvador, y su voluntad es que todo el mundo goce de paz y felicidad. 4La verdad le da el caudal ilimi­tado de su fortaleza a todo aquel que la pide. 5Reconoce que si a alguien le faltase algo, les faltaría a todos. 6Y por eso imparte su luz, para que todos puedan ver y beneficiarse cual uno solo. 7Todos comparten su fortaleza, de manera que ésta pueda brin­darles a todos el milagro en el que ellos se unirán en propósito, perdón y amor.

6. La debilidad, que mira desde la oscuridad, no puede ver pro­pósito alguno en el perdón o en el amor. 2Ve todo lo demás como diferente de ella misma, y no ve nada en el mundo que quisiera compartir. 3Juzga y condena, pero no ama. 4Permanece en la os­curidad para ocultarse, y sueña que es fuerte y victoriosa, vence­dora de limitaciones que no hacen sino crecer descomunalmente en la oscuridad.

7. La debilidad se teme, se ataca y se odia a sí misma, y la oscuri­dad cubre todo lo que ve, dejándole sus sueños que son tan temi­bles como ella misma. 2Ahí no encontrarás milagros sino odio. 3La debilidad se separa de lo que ve, mientras que la luz y la fortaleza se perciben a sí mismas cual una sola. 4La luz de la fortaleza no es la luz que tú ves. 5No cambia, ni titila hasta finalmente extin­guirse. 6No cambia cuando la noche se convierte en día, ni se con­vierte en oscuridad hasta que se hace de día otra vez.

8. La luz de la fortaleza es constante, tan segura como el amor y eternamente feliz de darse a sí misma, ya que no puede sino darse a lo que es ella misma. 2Nadie que pida compartir su visión lo hace en vano, y nadie que entre en su morada puede partir sin un milagro ante sus ojos y sin que la fortaleza y la luz moren en su corazón.

9. La fortaleza que mora en ti te ofrecerá luz y guiará tu visión para que no habites en las vanas sombras que los ojos del cuerpo te proveen a fin de que te engañes a ti mismo. 2La fortaleza y la luz se unen en ti, y ahí donde se unen, tu Ser se alza presto a recibirte como Suyo. 3Tal es el lugar de encuentro que hoy trata­remos de hallar para descansar en él, pues la paz de Dios está ahí donde tu Ser, Su Hijo, aguarda ahora para encontrarse Consigo Mismo otra vez y volver a ser uno.

10. Dediquemos veinte minutos en dos ocasiones hoy a estar pre­sentes en ese encuentro. 2Déjate conducir ante tu Ser. 3Su fortaleza será la luz en la que se te concederá el don de la visión. 4Deja atrás hoy la oscuridad por un rato, y practica ver en la luz, cerrando los ojos del cuerpo y pidiéndole a la verdad que te muestre cómo hallar el lugar de encuentro entre el ser y el Ser, en el que la luz y la fortaleza son una.

11. Así es como practicaremos mañana y noche. 2Después de la reunión de por la mañana, usaremos el día para prepararnos para la de por la noche, cuando nuevamente nos volveremos a reunir en confianza. 3Repitamos la idea de hoy tan a menudo como sea posible, y reconozcamos que es un preludio a la visión y que se nos está llevando de las tinieblas a la luz donde única­mente pueden percibirse milagros.


¿Qué me enseña esta lección?

El ego no tiene conciencia de la Luz, su realidad es la oscuridad, pues se identifica tan sólo con la densidad del cuerpo. Si tuviese conciencia de la Luz, reconocería que la única verdad es la que proviene del Espíritu que es Eterno. 

Al darle valor a la oscuridad, a la expresión del cuerpo, como único vehículo que le aporta una percepción tangible de la vida, atribuye la función de ver a los ojos físicos y la función de pensar al cerebro. Sin embargo, esa verdad es errónea pues está basada en la dualidad y en la temporalidad. 

Un invidente puede ver más claro que un vidente, a pesar de carecer de los órganos de percepción, los ojos. Cuando permanecemos dormidos, nuestro ser está viendo y percibiendo experiencias, con la misma nitidez e intensidad que si estuviera en vigilia. 

La verdadera visión se encuentra en la Luz y esa Luz es nuestra fortaleza, nuestra verdadera identidad. La capacidad para conocer la verdad, no se encuentra en nuestro cerebro, pero sí en nuestra Mente. En la medida que seamos capaces de expresarnos en la Unidad, estaremos reconociendo la verdad de la Luz y estaremos dando expresión a nuestra fortaleza. 

Dentro de los múltiples significados que podemos encontrar en el Diccionario de la Real Academia Española sobre el término "fortaleza", voy a quedarme con las dos que considero más interesantes para el desarrollo de esta Lección:

  • Fuerza y vigor.
  • En la doctrina cristiana, virtud cardinal que consiste en vencer el temor y huir de la temeridad.

El Curso, nos dice que tenemos demasiada fe en el cuerpo como fuente de fortaleza y lo argumenta, planteándose la siguiente cuestión: ¿Qué planes haces que de algún modo no sean para su comodidad, protección o disfrute?” (T-18.VII.1:2) 

Es evidente, que mientras pongamos nuestra fuerza y vigor en manos de la creencia de que somos un cuerpo, no estaremos viendo la fortaleza como la virtud cardinal que nos lleva a vencer el miedo. 

La verdadera fortaleza es una con la Luz, y, en este sentido, el Curso nos enseña que el Amor del Espíritu Santo es nuestra fortaleza, pues el nuestro está dividido y, por lo tanto, no es real. El Espíritu Santo es nuestra fortaleza porque sólo nos conoce como espíritu. Él es perfectamente consciente de que no nos conocemos y perfectamente consciente de cómo enseñarnos a recordar lo que somos. 

Ejemplo-Guía: "Me siento triste, porque percibo la enfermedad en mi cuerpo" 

"Hay algo que nunca has hecho: jamás te has olvidado completamente del cuerpo. Quizá alguna que otra vez lo hayas perdido de vista, pero nunca ha desaparecido del todo. No se te pide que dejes que eso ocurra por más de un instante; sin embargo, en ese instante es cuando se produce el milagro de la Expiación. Después verás el cuerpo de nuevo, pero nunca como lo veías antes. Y cada instante que pases sin ser consciente de tu cuerpo te proporcionará una perspectiva diferente de él cuando regreses" (T-18.VII.2:1-5). 

He pensado que merece la pena continuar con el ejemplo guía de la enfermedad, pues sin duda, cuando nos encontramos en la experiencia, nos preguntamos cómo debemos actuar, qué debemos hacer, para recuperar la salud. 

Es verdad, que resulta muy difícil olvidarnos completamente del cuerpo. Tan solo se nos pide un solo instante en el que la Expiación pueda revelar a nuestra mente, cuál es la percepción correcta.  

Un ejemplo: Llamaremos "M" al protagonista de esta experiencia.  Lleva varios años estudiando el Curso de Milagros. Recientemente su cuerpo presentó síntomas de gripe. Esta situación le contraria mucho, pues llevaba mucho tiempo sin ponerse enfermo, situación que relacionaba mentalmente a la condición de su nueva consciencia. 

Su primer pensamiento le lleva a buscar cuál ha podido ser la causa que ha podido originar esa situación. Sin hacer muchos esfuerzos, identifica que la causa la ha originado un sentimiento de culpabilidad como consecuencia de haber expresado juicios faltos de amor sobre un compañero. Toma consciencia de que en verdad no se había dado cuenta de la culpa, y ello, según cree, fue la causa que ha dado lugar a la enfermedad.

Seguidamente, pide Expiación al Espíritu Santo y pone la enfermedad en sus manos, para que lo sanase.

En su interior, "M", espera que se produzca un milagro. Que la enfermedad desapareciese instantáneamente. Pero al comprobar, que no fue así, nuestro protagonista entra en un estado de tristeza. No se siente feliz. Aunque no lo dice, piensa que algo no está funcionando, se siente debilitado, una sombra de duda asoma en su mente. Está buscando la Luz y en su lugar vive en la oscuridad. Se pregunta, ¿qué puede hacer? 

Un Curso de Milagros nos deja una de sus joyas: 

"Hacer algo siempre involucra al cuerpo. Y si reconoces que no tienes que hacer nada, habrás dejado de otorgarle valor al cuerpo en tu mente. He aquí la puerta abierta que te ahorra siglos de esfuerzos, pues a través de ella puedes escaparte de inmediato, liberándote así del tiempo. Ésta es la forma en que el pecado deja de ser atractivo en este mismo momento. Pues con ello se niega el tiempo, y, así, el pasado y el futuro desaparecen. El que no tiene que hacer nada no tiene necesidad de tiempo. No hacer nada es descansar, y crear un lugar dentro de ti donde la actividad del cuerpo cesa de exigir tu atención. A ese lugar llega el Espíritu Santo, y ahí mora. Él permanecerá ahí cuando tú te olvides y las actividades del cuerpo vuelvan a abarrotar tu mente consciente” (T-18.VII.7:1-9). 

“Mas este lugar de reposo al que siempre puedes volver siempre estará ahí. Y serás más consciente de este tranquilo centro de la tormenta, que de toda su rugiente actividad. Este tranquilo centro, en el que no haces nada, permanecerá contigo, brindán­dote descanso en medio del ajetreo de cualquier actividad a la que se te envíe. Pues desde este centro se te enseñará a utilizar el cuerpo impecablemente. Este centro, del que el cuerpo está ausente, es lo que hará que también esté ausente de tu conciencia" (T-18.VII.8:1-5). 

Nuestro protagonista, "M", toma consciencia de que estaba percibiendo erróneamente la experiencia. Toma consciencia que, desde la Luz, la oscuridad se disipa y no se percibe. Toma consciencia que, el Espíritu Santo no puede sanar lo que no es real. Toma consciencia que, buscar el significado de la enfermedad nos lleva a hacer real lo ilusorio y nos lleva a activar la culpa, antes del perdón. Toma consciencia que, estaba poniendo la felicidad en manos del cuerpo.

Reflexión: ¿Recuerdas alguna situación en tu vida en la que hayas experimentado la fortaleza del Espíritu?

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