miércoles, 18 de diciembre de 2019

La Religión del Padre: "Las Bienaventuranzas" 7ª parte

“Bienaventurados los pacificadores, ya que serán llamados hijos de Dios” (Mt 5:9)

La séptima Bienaventuranza, expresa las cualidades de Hod Mercurio. Vivimos en un mundo en el que las fuerzas se encuentran enfrentadas, primero en nosotros mismos; después en las relaciones sociales. En nosotros, las tendencias que nos rigen se suceden y mientras unas luchan para establecer en la vida lo que es justo, vienen luego otras a impulsar los deseos de goce, de riquezas, de placeres y bienestar, y así por momentos somos justos, honrados, buenas gentes, y en otros momentos deshacemos lo que el Señor (o sea la fuerza/entidad) que nos regía había conseguido anteriormente, lo destruimos como se destruyen las cosas en una guerra.

Vivimos en estado de guerra interior, en la que el bien y el mal -entendiendo como bien aquello que es conforme a las leyes cósmicas y a nuestro programa profundo y como mal lo que no lo es- que hay en nosotros se combaten ferozmente. Para que esa guerra termine, se necesita un pacificador que posea la palabra justa, la palabra creadora, susceptible de ser entendida y aceptada por ambos contendientes. Ese pacificador tiene que surgir, evidentemente, de nuestra naturaleza interna y ser capaz de reconciliar en nosotros las tendencias enfrentadas, de forma que puedan colaborar mutuamente en la edificación de nuestra existencia.

Para conseguir esa paz, los señores que rigen nuestros deseos deberán renunciar a ciertos objetivos, pero los señores que representan los objetivos de nuestro Ego Superior también deberán renunciar, en cierta medida, a sus propósitos, a fin de que en nosotros se allanen los caminos y que los deseos puedan trepar a la montaña de la espiritualidad. Si la exigencia espiritual es fuerte y no transige, y si los deseos también son intensos, cada uno tirará hacia su mundo, y como las raíces de los deseos son más fuertes, acabarán por ganarle la guerra a la espiritualidad.

En nuestra entidad humana hay un centro que regula el dinamismo de esas dos fuerzas. Ese centro se conoce cabalísticamente con el nombre de Hod, y su manifestación material con el nombre de Mercurio. Allí se encuentra el pacificador y mientras uno de sus ojos mira hacia arriba y contempla las realidades espirituales, el otro mira hacia abajo para ver las posibilidades existentes de encajar en el mundo material. Ya sabiendo lo que de arriba puede caber abajo el pacificador frena las energías procedentes de arriba, al tiempo que trata de abrir cauces más amplios abajo para que, progresivamente, pueda absorber más y más el producto de arriba. Cuando ese pacificador actúa en nosotros, somos llamados hijos de Dios, al igual que Mercurio era hijo de Júpiter, en el cual Dios ha delegado sus funciones en ese cuarto Día de la Creación en el que nos encontramos.

Una vez la pacificación se ha producido en nuestra tierra humana, nos encontramos ya en condiciones de “exportar” nuestro orden interno a la sociedad y ser los pacificadores del mundo, puesto que los enfrentamientos internos del hombre dan lugar a enfrentamientos externos contra las personas que representan las tendencias con las que lucha el rey que está rigiendo en aquel momento en nuestra psique. Si hemos conseguido nuestra paz interna, esa paz se manifestará sin necesidad de argumentarla, irá con nosotros dondequiera que vayamos y la contagiaremos a nuestros semejantes con nuestra sola presencia. Ejerceremos en calidad de hijos de Dios y, a través de nosotros, Dios verá aumentar el número de sus hijos.

Los pacíficos son los que viven en un estado de paz permanente porque, después de comprender la Realidad, están plenamente de acuerdo con ella. Quien contempla como el torrente baja desde la montaña, desemboca en el rio y discurre por el llano hasta desembocar en el mar, deja de preocuparse por un determinada gota, deja de intentar evitar que la gota tropiece con obstáculos; y no pretende acelerar su curso para que llegue al mar antes de lo previsto. Nada le parece mal porque está contemplando el Bien, no como idea o sentimiento sino como Realidad. Deja de luchar, deja de hacer presión contra las circunstancias porque tal actitud se le aparece como algo absurdo. Lo que hace es colaborar con esta Realidad aportando la energía, el amor y la inteligencia que se están expresando a través de su personalidad.  Cuando esto sucede, el "hijo del Hombre" es llamado "hijo de Dios" porque ya no se vive exclusivamente como personalidad, también está experimentando y manifestando el Ser.

Sin embargo, continúa ligado a la forma; porque sigue habiendo "alguien" que actúa de una forma personal. Paradójicamente, este Hombre desarrollado, capaz de actuar de una forma envidiable para los demás, está llamado a desvincularse de eso que los otros tanto admiran. Su personalidad aparece como el colmo de la perfección: lo comprende todo, lo integra todo y ejercita su voluntad sin trabas. Pero esto es así porque ya no es él quien actúa sino el Ser a través de él: ha conseguido hacer de su personalidad un canal transparente a la Esencia y ya no se siente protagonista de sus actos.

Los oyentes de Jesús deseaban ardientemente una liberación militar, no unos pacificadores. Pero la paz de Jesús no es de tipo pacífico y negativo. En presencia de las pruebas y de las persecuciones, decía: “Mi paz os dejo.” “Que vuestro corazón no se perturbe, y no tengáis miedo.” Ésta es la paz que impide los conflictos ruinosos.

La paz personal integra la personalidad. La paz social impide el miedo, la codicia y la ira. La paz política impide los antagonismos raciales, las desconfianzas nacionales y la guerra. La pacificación es el remedio para la desconfianza y la sospecha.

Es fácil enseñar a los niños a trabajar como pacificadores. Disfrutan con las actividades de equipo; les gusta jugar juntos. El Maestro dijo en otra ocasión: “Quien quiera salvar su vida la perderá, pero quien esté dispuesto a perderla, la encontrará.”


ENFOQUE EXOTÉRICO

Pacificadores son aquellos que hacen la paz, o dicho de otra forma son los hacedores de paz.

La RAE la define "paz" como:
  • Situación y relación mutua de quienes no están en guerra.
  • Reconciliación, vuelta a la amistad o a la concordia.
  • Sosiego y buena correspondencia de unas personas con otras, especialmente en las familias, en contraposición a las disensiones, riñas y pleitos.

El diccionario bíblico nos indica que esta palabra en el griego se refiere a una relación armónica entre personas o a la ausencia de agresión.

Nuestro Dios es un Dios de paz (Romanos 15.33; Filipenses 4.9; Hebreos 13.20) y su hijo vino a entregar esa paz que el mundo no puede entregar (Juan 14.27). El mundo solo nos puede entregar aflicción, preocupaciones, pero como Cristo a vencido al mundo nosotros debemos vivir en paz y tranquilos, confiando que en Cristo todo lo podemos (Juan 16.33). Dios fue el que se acercó a nosotros para reconciliarnos con Él mismo (2 Corintios 5.18).

Dios en la antigüedad dijo que no iba a contender más con el hombre (Génesis 6.3) porque su corazón iba de continuo al mal (Génesis 6.5), pero también en su soberanía, desde mucho antes ya había destinado el sacrificio de Cristo por nuestros pecado (Apocalipsis 13.8). Isaías profetizó que el castigo o el pago para recuperar nuestra paz  iba a ser el sufrimiento de Cristo en la cruz (Isaías 53.3) y es por esa muestra que fuimos reconciliados con Dios, cambiando nuestro estado de enemigos a reconciliados (Colosenses 1.21) ya que al reconocer a Cristo por medio de la fe, fuimos justificados (Romanos 5.1; Romanos 5.10).

Jesús, es nuestra paz. Con su sacrificio derribó la pared intermedia, esa que nos separaba del su pueblo, y ahora somos un sólo pueblo, solamente por el afecto de su voluntad (Efesios 2.14). Y esto no solo en la tierra si no también, las que están en los cielos, por la sangre derramada en la cruz (Colosenses 1.20).

Ahora que nosotros pasamos de muerte a vida, y fuimos adoptados como hijos de este Dios de paz, debemos ser pacificadores ¿cómo? anunciando el evangelio de la paz (Hechos 10:36). Este es un mandamiento dado por Jesús a sus discípulos en la gran comisión (Marcos 16:15-16) donde nos ordena que debemos sembrar el evangelio de paz y actuar como embajadores de Dios en esta tierra (2 Corintios 5.19-20). ¿Rogamos cada día por los que están en enemistad con Dios? ¿Hacemos esfuerzos significativos que traigan más gente a la verdad y a la reconciliación? o ¿Nos conformamos con asistir a un punto de predicación haciendo número o hablando el evangelio de lejos (por si alguien escucha), pero luego llegamos a nuestro hogar, trabajo, colegio, etc. y nos olvidamos de este mandato?

La paz también tiene otra arista. Nosotros debemos amar a nuestros enemigos para que seamos hijos de nuestro Padre celestial (Mateo 5. 44-48). En nuestro diario vivir debemos caminar el camino de la paz con TODOS (Hebreos 12.14). Debe haber en nosotros mansedumbre y dominio propio, porque en nuestra ira o enojo no obra la justicia de Dios (Santiago 1.19-20). El fruto de justicia se siembra en paz por aquellos que hacen la paz (Santiago 3.16-18). Debemos andar en paz con todos, no solo con nuestros hermanos, que es primordial para que acampe la presencia de Dios en medio nuestro, sino que también, con aquellos que no conocen a Cristo ya que de esta forma también estaremos sembrando la buena semilla del evangelio para que pueda entrar a la paz (reconciliación) con Dios (1 Juan 3.10) en las vidas de los que aún no creen.


En el momento que todo esto se cumple nosotros veremos como la perfección de Dios está en nosotros, y pasaremos a tener la real "imagen y semejanza" de Dios, esa que nos distingue como sus hijos, por que hacemos lo que Él hizo.

Fuentes consultadas: Jordi Sapés (Àtic). Libro de Urantia. Curso de Interpretación Esotérica de los Evangelios (Kabaleb). Palabra Integral.

Continuará...

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