Los pies del sabio
Anciano, parecían no tener prisa por llegar a su destino. En verdad, jamás
había sorprendido a mi instructor en un ademán de ansiedad, no podía recordar,
que sus labios se hubiesen precipitado para dar vida a palabras, de las que
pudiera más tarde arrepentirse. Su mirada, desapasionada pero tranquilizadora,
apenas si se turbaba ante hechos que a la mayoría, les repugnaba.
Aquella actitud, la
cual veneraba, ganó mi curiosidad, y fue mi afán por saber, la causa que
pondría fin a aquellos momentos de profundo silencio.
- Dime Ermitaño... ¿Si de la Nada apareciese un poderoso Genio, quien por su bondad nos concediese un deseo, ¿qué le pediríais? -interrogué, haciendo grandes esfuerzos para lograr controlar mi impetuosidad-.
Posando ambas manos
sobre el viejo bastón que le servía de apoyo, el noble Anciano me miró
fijamente a los ojos. Con este gesto, comprendí que me estaba invitando a
contestar mi propia pregunta, y creo que era lo que estaba esperando, pues de
inmediato exclamé:
- ¡Desearía no estar nunca enfermo!
Los latidos de mi
apasionado corazón, se confundían con el denso silencio.
- Dime Amphos, ¿quién eres? -preguntó el Anciano-.
- Yo soy Amphos. ¿Cómo me preguntas esto? -exprese sorprendido por aquel extraño interés-.
- Dime Amphos, ¿quién soy? -volvió a interrogarme sin perder en ningún momento su plácida expresión-.
- Tú eres, el Ermitaño, pero ¿por qué me cuestionas sobre algo que ya sabéis? -no acababa de salir de mi asombro-.
- Tu mente ha discernido bien, y sin embargo, tu mente te hace un hombre enfermo.
- No entiendo, sabio Anciano. Si he discernido el bien del mal, ¿cómo puedo ser un hombre enfermo? -interrogué muy impresionado-.
Acercándose al
fuego que nos alumbraba, tomó una rama que utilizó de antorcha, dirigiéndose
hasta mí, me preguntó:
- ¿Qué ves?
- Veo el fuego que nos ilumina, y veo sombras que se agitan a su compás -contesté intuitivamente-.
- ¿Acaso puedes separar la luz, de las sombras?, entonces, ¿por qué cuando te pregunté, quién eres, me dijiste, yo, y cuando te pregunté, quién soy, me contestaste tú? ¿Acaso el yo y el tú, no son dos extremos de una misma parte?
Las palabras del Ermitaño
me trasladaron al mundo de la contemplación. Estaba profundamente maravillado. Luz
y sombra; día y noche; hombre y mujer; blanco y negro; positivo y negativo; yo
y tu…, son dos aspectos de una misma verdad.
- ¡Señor, señor, -llamé presurosamente la atención del Anciano-, ya sé qué le pediría al poderoso Genio?
Su mirada, una vez
más se posaba fijamente sobre mis ojos. Era la invitación que esperaba…
-
Desearía contemplar la UNIDAD.
Fin
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