lunes, 15 de agosto de 2016

Cuento para Mumiah: "Sin miedo a la muerte"


Muchas experiencias de la vida son duras, pero ninguna lo es tanto como la pérdida de un ser querido, y sin embargo, esta opinión, que es muy popular, no parecía ser compartida por Yesod, la joven Yesod, que en aquellos momentos se despedía de su amado abuelo, el anciano Mumiah.
  • No debes estar triste pequeña, la tristeza no es buena para el corazón, y además envejecerás antes.
Eran las palabras de un moribundo que luchaba por no dejar una huella amarga en el recuerdo de la joven.
  • ¿Cómo puedo estar feliz cuando te estás muriendo? -contestó con desolación Yesod, al tiempo que hacia un desesperado intento para no llorar -.
  • Hija mía, he vivido 72 años y me siento orgulloso de ello. La vida es hermosa, pero tan solo es un reflejo de la belleza que me aguarda allí donde voy. Soy feliz porque he cumplido con mi trabajo y ahora como un fruto maduro debo dejar esta tierra para renacer en otra.
  • Pero abuelo, ¿cómo puedes estar tan seguro de lo que dices? -preguntó angustiada la Joven-.
  • Ja, ja, ja -sonrió dulcemente el anciano -, los años hija mía, los años nos hace sabios, ¿acaso la naturaleza entristece cuando uno de sus árboles da sus frutos maduros a la tierra? No, todo lo contrario, se enorgullece, pues ese fruto lleva una nueva semilla y será con su muerte que le permitirá renacer, brotar y crecer, convirtiéndose nuevamente en árbol. ¿Lo entiendes pequeña? Todo en la vida sigue esa ley de renacimiento y cambios.
La joven Yesod quedó pensativa. Aquellas palabras habían despertado su conciencia y ahora veía las cosas de distinta manera. Amaba a su abuelo, y sin embargo, ahora no se sentía infeliz por su marcha, estaba segura que allí donde renaciera todos estarían encantados de recibirle.

Los años pasaron y aquella joven creció siguiendo los consejos que tan sabiamente le había legado el anciano. Desde aquel día, Yesod se prometió que no desfallecería en su empeño de compartir con los demás la inmensa riqueza que había heredado de su abuelo.

Cierto día, y de manos de la desgracia, estalló una guerra. Durante siete sangrientos días, los pueblos se arrasaron y los campos quedaron devastados.

El sufrimiento, el dolor y la desolación eran la única atmósfera respirable y se hacían ya tan insoportables que muchos buscaron refugio en el suicidio.

Yesod también era víctima de aquella situación, pero su actitud era muy distinta. Sacó coraje de donde podía haber flaqueza y se entregó por entero al servicio de las necesidades.

Eran tantos, que apenas si le quedaban fuerzas para atenderles a todos, pero no desfallecía, el cansancio no conseguía abatirla, y gracias a sus infatigables esfuerzos, muchos enfermos encontraban alivio, y aquellos que cegados por la desesperación quisieron quitarse la vida, pronto cambiaron de opinión, pues las sabias palabras de Mumiah, el noble anciano, se habían renovado con más fuerza en el espíritu de Yesod, que se convertiría en una sublime luz que alumbraría sus vidas.

Fin


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